10 octubre, 2007
Sudden Death: Diario de a bordo
⇒ Reseña: Historias , Nenes , Sudden Death , Y no tanto |
Este siglo que nos contempla, desde el mar, desde la rapiña: para algunos de nosotros (ex-convictos, reos de toda clase de fechorías, rebeldes sin más) es nuestra única forma de supervivencia. Para otros es el modo de medrar bajo el manto de sus serenísimas realezas... y de dar rienda suelta a los más oscuros, profundos y bestales instintos.
Bajo el sombrero, un pañuelo de seda de las Indias oculta una cabellera casi alba por el sol y el salitre. Un estratégico vendaje aprisiona el torso... el resto, es sólo cuestión de imitación. Fácil.
Soy un recuerdo de principios del 1700, acabo de recalar en La Española y me hago pasar por varón... de cualquier lugar, de ninguno, pero siempre negando mi prigen europeo, mal visto entre estos corsarios. Mi nombre es sólo prestado: Sudden Death... es el nombre de uno de los barcos en los que me he enrolado, tan bueno como cualquiera por estos parajes.
Hay quien me conoce por "South" (siempre contesto que nací en el sur, sin más). Y haré cualquier cosa por poseer mi propio barco. Será el Sudden DeathII
South
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Comencé en La Tortuga, como bucanero. La venta de carne de cerdo salvaje, asada en barbacoa (boucan) es nuestro modo de vida, junto con el abordaje de barcos.
No ha transcurrido mucho tiempo desde que los españoles nos expulsaran de la isla, y de La Española, donde terminamos recalando tras reconquistala.
Me mantengo alejado de los freebooter, filibusteros, a los cuales aborrezco por su modus vivendi de atacar todas las poblaciones costeras que encuentran en sus periplos, arrasándolas a sangre y fuego. La diferencia está en las vidas que cobra el botín.
Desprecio a los corsarios, siempre amparados en su letter of marque, que jamás respetan, y escondidos bajo los faldones de sus ambiciosos monarcas... esos mismos que hacen la vista gorda cuando el corsario no lleva parte en el botín de Su Majestad y baja a conveniencia el pabellón. En suma, piratas engolados. Y tan hipócritas como sus mandantes.
He llegado a pensarme, no ya a hablar, de mí misma en masculino... acostumbrada a ocultar mi identidad. De la misma manera, a quitarme de encima a los suspicaces: toda la isla debe conocer ya, de mi propia boca, que en algún lugar desconocido (incluso para mí) me esperan una esposa y un hijo a los que tributo lealtad y fidelidad carnal y espiritual. Con el tiempo, las vísceras se acostumbran a pasar la noche entre tragos de agüardiente, pero no "explicar", sobre todo desde que llegaron a la isla las mujeres francesas, por qué paso las noches sin compañía.
Desde la creación del Consejo de Ancianos, toda la isla y sus moradores nos encontramos sometidos a sus dictados, independientemente de las leyes propias de cada estamento de "ladrones": al fín y a la postre, eso somos... aunque me niegue a aceptar la comparación con los filibusteros, que no incluyen en su código siquiera la compasión hacia el más débil.
Creo que tres días más a dieta de cerdo y tortuga acabarán conmigo... si, al menos, alguien tocara puerto con una carga de gallinas... qué lujo...
South
|Sin
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