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11 octubre, 2007

Rindo el pendón (II)


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Supongo que creciendo entre amazonas la desconfianza debe ser algo que formará parte de mi carácter hasta el fín... pero aún me queda mucho más por desconfiar:

Suelo viajar y buscar alimento de noche, cuando los caminos están limpios de jinetes, y duermo de día, al cobijo de cualquier oquedad entre las rocas... he acostumbrado a mi cuerpo a no moverse durate el sueño por lo que las ramas más altas de los árboles me procuran el mejor de los escondrijos. Cualquier sitio es bueno para ocultarme de quien no sabe le vigilo.

Y mi arco me proporciona el sustento que preciso, así como las raíces que crecen por todas partes en el camino. Soy cuidadosa a la hora de encender fuegos para limpiar y asar mi comida, pues procuro no encender con maderas excesivamente humeantes y de olor. El agua corre abundante en mil reguerillos y riachuelos. Nada me falta. Ni siquiera compañía, pues tengo en Gwenn cuanta necesito.

En estos oscuros tiempos, medio mundo intenta dominar por la sangre y el acero al otro medio... y contínuamente presencio desde mis escondrijos batidas y expediciones de energúmenos que apenas se sostienen sobre sus monturas, pero que braman y blanden sus armas como si de demonios se tratara. Nada quiero ver con esas bestias que no luchan: cazan, y abandonan a sus presas a merced de los carroñeros, sin siquiera quemar sus cuerpos para evitarles la degradación y el sufrimiento... ni siquiera las fieras amazonas tratábamos así a nuestros cautivos.


He ahi una nueva persecución, una nueva víctima. Tan sólo son tres los jinetes, pero el acosado está solo y carece de armas y montura. Es muy joven, prácticamente un niño... y se están divirtiendo con él: le azuzan sus monturas, girando sobre él entre risotadas e imprecaciones; más de una coz le procuran los caballos y sangra por múltiples heridas del acero. Por fín, le veo caer, exhausto y resignado a su fín, mirando impasible la maza que silba silba sobre la cabeza de uo de los jinetes, presta a descargarse sobre el cráneo del caído.

Cobardes...

De un par de saltos, desciendo de la copa del árbol donde me hallo y la sorpresa de mi aparición se onvierte en mi aliada. Sin darles tiempo a reponerse, las flechas salen de mi carcaj, veloces y certeras: uno, dos, tres... y ya se hallan todos en el suelo, mientas sus monturas se encabritan y me izo desde las crines para evitar que huya uno de los caballos. Y me hago con una extraña espada: bien pueden servirme un extremo para cortar y el puño para golpear. Tomo el cinto del cadáver que lo ciñe y lo ajusto a mis caderas-


La presa me mira como si fuera un espectro. Apenas hablo algo de bretón, pero le hago saber que es libre y que tiene un caballo para huir, antes de que llegen nuevas batidas.

Y desaparezco entre los árboles. No deseo compañía ni agradecimientos por hacer lo que mis dioses me istan.

Pero mientras desaparezco, oigo una palabra en bretón que ya nunca olvidaré: Peoc'h

Paz.

Thanis

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