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11 octubre, 2007

Rindo el pendón (IV)


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Procuro no ser vista si tengo que exponerme al día... mas hay ocasiones en que el riesgo llama y embriaga mis sentidos... he de seguir sus rutas.

Quizás necesitaba una especie de catalizador a esta somnolencia de tantos días, sin más compañía que la de Gwenn... pero he vivido toda mi vida en la prevención y el insnto de protección y supervivencia.

Había en mí deseos de contemplar la luz del sol entre las hojas y el rocío rezumando los pétalos: de refugiarme en mi religión, que no es otra que aquéllo que palpo y veo.

Y decidí arriesgarme.

Los caminos están llenos de peligros y batidas de extrañas armaduras e insignias, sobre sus caballos con monturas, mantas y símbolos que nunca llegaré a entender... pero que deben responder a una estrategia para atemorizar al oponente.
Esta vez ningún jinete se detuvo a mi paso. Apenas podía observar sus ojos tras las celadas, pero sus ademanes me indicaron "urgencia"... y miedo. Decidí poner a Gwenn a la carrera, por no perder el rastro y seguirles, cualquiera que fuera su destino.

Allí estaba: una horrible criatura, gigantesca, con el cuerpo preñado de malolientes escamas y su fétido aliento de fuego. Asediando las torres de un castillo y destrozando cuanto encontraba asu paso, con sus terribles pezuñas y los mortales golpes de su cola de bestia.
Y contemplé la lucha vana de arqueros, espadas y catapultas, que ninguna herida producían en las pétreas escamas.


El centro vital de todo ser vivo se cree en el corazón mas, cuando la piel es un escudo y coraza impenetrables,, se han de buscar aquéllos puntos expuestos, débiles, tiernos a la más pqueña herida. Desde los ojos se puede alcanzar el cerebro, y desde la garganta el fluído vital.... mas los guerreros no parecían poder alcanzarlos, quizás demasiado ocupados en defender sus propias vidas que en hacer puntería.

Mis músculos necesitaban este tipo de entrenamiento: aprovechando la confusión para espolear a Gwenn entre cascotes, flechas perdidas y el abrasador hálito de mil teas, la desmonté para izarme a la torre del castillo, apoyando manos y pies en los numerosos resquicios de la argamasa. Una vez arriba, examiné las posibilidades: más o menos a la altura de mis ojos se encontraban los ojos de la bestia: decidí no arriesgar mis flechas sino desde una altura superios a la del enemigo y trepé por la barra del estandarte hasta su cima, que arranqué de un tirón para permitirme la más completa visión del campo.

Aguardé a que el animal se fijara en mi diminuta presencia... sus ojos de reptil me observaron, dudando un momento entre si proseguir con la destrucción que allí abajo concluía o entretenerse con un nuevo juguete: Y bramando su furia dirigió hacia mí su ataque.

Tensando el arco, desde mi posición algo más elevada, apunté a uno de sus ojos. ¡Blanco!. Cegada, sorprendida y llena de ira, la bestia lanzaba al aire zarpazos brutales que hicieron peligrar mi estabilidad. Rápidamente descendí la barra e intenté alcanzarle en el otro ojo... pero mi posición no era la adecuada: la flecha erró en la comisura, lo que no hizo sino enfurecer más aún al animal.

´Debajo de nosotros, los pocos supervivientes habían reparado en la nueva lucha: pero nadie disparó una flecha más, atentos a la batalla los que no aprovecharon para huir y salvar sus vidas. Supe que habría de arreglármelas solas: a fín de cuentas nadie me había pedido mi intervención, nada me debían.

Un trozo de escala, que aún colgaba de la almena, me sirvió de soporte para no caer entre los cascotes derribados por la temible cola de la bestia. Más temible aún que sus zarpas y colmillos. Tomando impulso, intenté balancearme y alcanzar el mayor arco posible hacia arriba, hacia la garganta, extraída mi espada de su vaina. Debía acertar al primer golpe, pues en esa maniobra estaba más expuesta que un mosquito.

El primer impulso me llevó hasta el gaznate, desprovisto de escamas y tierno desde mi posición. Allí, con todas las fuerzas de mi espada, lo atravesé hasta la empuñadura ; y un surtidor de sangre caliente y palpitante se vertió sobre mí. Perdí el apoyo dei brazo alrededor de la cuerda, y me deslicé hacia abajo a gran velocidad, mientras mis dedos se abrasaban y la piel de la palma se desprendia en pellejos entretejidos con restos de soga.

El golpe contra el suelo fue brutal, mas tan sólo tenía conciencia del palpitante dolor de mi destrozada mano... entre restos de niebla y oscuridad y puntos de luz brillabando sobre mí, tuve conciencia de un pesado golpe, muy cerca de mí... intenté rodar sobre mi espalda, por alejarme del aplastamiento... y me hundí en la inconsciencia....
...

Cuando abrí los ojos, nada quedaba a mi alrededor: tan sólo los restos humeantes de la bestia, de la cual se había hecho una pira. Ni un solo ser humano vagaba por los alrededores y una nueva punzada de dolor despertó en mí: había eliminado a la bestia, y mi cuerpo había sido abandonado a su suerte. Nadie había comprobado si me hallaba aún con vida.

Maltrecha, silbé para llamar a Gwenn, que pareció al instante, sana y salva, buena alumna que obedece las instrucciones de conservación de su dueña y amiga. Me costó trabajo izarme a su grupa, pues el dolor de mi mano, en carne viva y carbonizada, era grande. Guié a Gwenn hasta un hilillo de agua que encontré en las inmediaciones y lavé la herida, a la que apliqué un emplasto de hierbas cicatrizantes que crecían alrededor. Con un girón de mi propia túnica hice un vendaje y retiré la sangre pegajosa dea bestia.
Examiné con calma el resto de mis heridas: magulladuras extensas y repartidas por todo el cuerpo, pero nada preocupante en comparación con la infección de mi mano.

Me alejé... pensado que un nuevo dolor había hecho mella en mí

Thais

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