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06 abril, 2007

L'Ayalga


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No siempre fue Olay una Ayalga:

Nació mortal; y como mortal vivió hasta los diecinueve años.
Su madre la había advertido de que corrían tiempos de cuélebres: el monte se hallaba infestado de ellos... como si allí hubieran establecido su Reino esas criaturas, llegadas de nadie sabía dónde.
Y todas las mozas, como Olay, sabían que los cuélebres adoran la música:
Como ningún humano-en su sano juicio- se acerca a esas monstruosas serpientes-dragón, pasan décadas añorando el sonido de un rabel.
Olay adoraba la música, los prados,las riberas del río, el monte, las flores...
Dotada del encanto y belleza de una Xana, bien podía ser fácil presa de los cuélebres, a juicio de su preocupada madre.
Por eso, si bien la belleza y dulzura de su hija no eran cosa de "remedio", sí lo era el mantenerla ignorante del manejo de cualquier instrumento musical...
Y lo consiguió durante dieciocho años.
Mas, el día del diecinueve cunpleaños de Olay, su amigo Pelayo la festejó con un concierto de rabel.
Y tanto le gustó su música a Olay, que le rogó a su amigo le regalara aquél instrumento capaz de hacer magia con sólo tres cuerdas.
Pelayo, que había construído por sí mismo el rabel, se sintió feliz de poder cumplir el deseo de Olay... y le entregó el rabel.
La moza, temerosa de la reacción de su madre, si se presentaba en casa con el rabel, decidió esconderlo tras unas peñas de la ladera del monte.
A salvo ya de las recriminaciones maternas, Olay acudía cada día, sola, a buscar su preciado rabel... y practicaba cada día, hasta llegar a arrancarle las notas más dulces que rabel alguno pudiera contener en su caja de cerezo.


Pulsaba un día las cuerdas, dando vida a las notas, creando historias , ensoñando sus imágenes, cuando...
Unas zarpas llenas de escamas la alzaron en vilo y la alejaron de la falda del monte.
Olaya despertó de su desmayo entre las ruinas de un palacio... habitado por cuélebres:
Inmediatamente supo lo que de ella se esperaba... que tocara su rabel, sin pausa ni descanso, para deleite de los monstruos.
También supo entonces que no podía negarse, pues sobre ella, por obra de las zarpas del cuélebre, había caído un hechizo: ahora era una Ayalga.
La vida de Olay transcurrió, a partir de entonces, entre notas de rabel, cada vez más tristes y melancólicas. Y el gesto de su rostro se transformó en una tristeza y amargura infinitas... privada de la compañía de ser humano alguno, prisionera entre muros rezumantes de humedad y siempre a punto de desplomarse sobre ella...
Olaya abandonaba su mortalidad para convertirse en otra cosa... no-mujer, no-humana; tampoco ser mágico...
Pero descubrió que, con el hechizo, algunos dones le habían sido otorgados: a fuerza de imposibilidad de comunicarse siquiera con los cuélebres, Olay contaba sus tristezas a las plantas y flores que crecían entre el musgo de las piedras del palacio... y las plantes llegaron a entenderla... y a responderle.
De su comunión con las plantas, le nació a Olay un ceñidor de flores en torno a su cintura... y una corona de violetas se aureoló en su frente.
Pasaron los días, los meses... sin más compañía que su rabel, sus amigas plantas... y la invisible presencia de los cuélebres, siempre urgiendo-sin gestos, sin palabras- música ¡más música!.
Y llegó la primera nueche de San Xuan desde su secuestro.
Olay escuchó un silencio inusitado en el palacio, en sus alrededores... y preguntó a las plantas la razón:
.- "Los cuélebres duermen. Siempre les pasa esta noche del año". "¡Ahora es tu oortunidad para escapar"
.- Pero... ¿dónde iría?... ni siquiera sé en qué lugar me hallo... nunca había visto este palacio... ¡no sabré regresar a mi casa!"-lloraba Olay-
.- "¡Confía!¡confía!-susurraban las plantas-
Y Olay decidió hacerles caso:
De puntillas, por no despertar a los cuélebres, salió por vez primera a la noche estrellada, a la luna llena.
Y con su rabel, firmemente apretado bajo un brazo, Olay corrió, corrió... lo más rápido que pudo, para alejarse lo más que sabía del palacio, de los cuélebres.
Pero algo en ella estaba ocurriendo: se sentía cada vez más ligera y, al tiempo, llena de brasas.
Y era cierto: se hacía pequeña, pequeña, luminiscente, incandescente... una brizna de fuego, una chispa fatua...
Perdida, asustada de la nueva transformación, Olay vagó entre los árboles: posada en sus hojas, picando el aire hasta el suelo, buceando en los maizales... desesperada por hallar un camino, una razón, una escapada.
Alguien, camino de la hoguera de San Xuan, vio ese diminuto fuego fatuo ... despegar, aterrizar, levantar el vuelo, posarse de nuevo... tan errático que se le imaginó un potencial peligro para la cosecha, para las casas cercanas:
Diego se armó con una estaca de madera y atacó a la chispa, para neutralizarla antes de que prendiera algo.
Y sucedió algo muy extraño: acertó a la pequeña brasa y... en lugar de apagarla, cayeron sobre él un montón de cenizas...
Mientras, extrañado, se sacudía Diego las cenizas, éstas se separaban de él y se arremolinaban... como queriendo formar un dibujo.
Y cuando termnó de formarse, Diego comprobó que habían creado una hermosa doncella con un rabel bajo uno de sus brazos...
Diego pensó de inmediato que había topado con una xana-nada de extrañar en una noche mágica como la de San Xuan-
pero, antes de que pudiera preguntar a la desconocida, ésta le ofreció, en silencio, uno de los extremos de su ceñidor de flores...
Aún consciente Diego de que podía tratarse de una trampa, y terminar su historia en el fondo del río... decidió arriesgarse: tanta era la tristeza que manaba del rostro de la doncella.
Tirando del otro extramo del ceñidor, Olaya condujo a Diego hasta el Palacio de los Cuélebres. Allí, viéndoles aún dormidos, Diego armó un gran estruendo paa que despertaran y huyeran de su presencia, para siempre... liberando así a la Ayalga.
Fue así como Olay recuperó su naturaleza mortal y... volvió a casa, de la mano de Diego.
Y no sé si se enamoraron, ni si se casaron. Ni siquiera si en el palacio de los cuélebres habia algo de esos fabulosos tesoros que las leyendas prometen a los salvadores de las Ayalgas.
Sólo sé que a Olaya le llevó bastante tiempo borrar de su cara la expresión de tristeza que le nació mientras vivía con los cuélebres.
Y Diego la ayudaba mucho, mucho...
Fin
Junio

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