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24 junio, 2007

En el lecho de un río…


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El junco se doblaba a todos los aires y, al mismo tiempo, aparecía tan firme y diplomático como sólo puede serlo un flexible junco: por debajo de su cabeza, las raíces sorbían el agua del lecho del río, con gula: sin más ganas a veces que las de escatimar ese agua a las plantas cercanas: "Aunque reviente".
Esas raíces profundas, crecidas y gruesas: a fuerza de robar la vida a otras más débiles o de menor carácter o voluntad...
Mientras la cabeza del junco se flexionaba en amable saludo, y acariciaba con ternura las hojas más cercanas, sus raíces se enroscaban en torno a la raíz vecina, apretando, estrangulando, cercenando, agostando...
Para cuando el encantado vecino se daba cuenta de que el agua no llegaba, que en sus raíces había una angustia extraña... ya era tarde...

Y parecía tan educado, amable, generoso y sabio el junco... que todas las plantas del lecho acudían a él y se pavoneaban de ser siquiera "conocidos" del Rey Junco.

El Algodón crecía cerca... no mucho, pero sí lo suficiente como para observar, cuando menos, la corte de rendidos admiradores del junco.

Y un día el Junco quiso mirar más allá de lo ya conocido: retorció la espalda todo lo que pudo y se volvió hacia atrás: vio a aquél algodón, creciendo y viviendo al sol, en su propio espacio, feliz de sentir el calor sobre el talle.
Y decidió que le gustaba aquél espacio.

Durante unos minutos examinó el terreno, la disposición, la estrategia y la conveniencia: el Algodón se le imaginó elegante, refinado, grácil, afortunado... algo especial, incapaz de concretar, se le cruzaba en cada nervadura al contemplar al Algodón. Y decidió poseerlo.

Y destruirlo.

Con cuidado, pues lo adivinaba fuerte dentro de su fragilidad, se fue acercando el Junco al Algodón.

Este no le prestó atención durante mucho tiempo... su vida no era ni estaba en el Junco. Y el Junco comenzaba a perder la paciencia ante la inutilidad de sus llamadas de atención: comenzó, pues, a burlarse del Algodón, haciendo un coro de la Corte Real... le resultaba Al Rey Junco tan incomprensible y fastidiosa esa falta de atención…

Pero tanto insistió el Junco, que el Algodón se volvió un día hacia él. Y comenzó a prestar atención a sus gentilezas, a sus caricias, a los suaves murmullos que el viento depositaba en las hojas del Rey... y se sintió conquistado.

La tierra bajo el Algodón se hacía más fértil cada día, conforme crecía la felicidad en su interior. También crecían y brillaban al sol las nubes de su cabeza.

El Junco vio que había llegado el momento: nunca podría estar más hermoso el algodón; jamás podría ser más fértil la tierra bajo sus raíces, ni crecerían tantas plantas a su alrededor como en ese instante en que decidió.

Comenzó por soplar poco a poco las nubes que nimbaban la cabeza del Algodón, nada preocupado en un principio.
Pero llegó un momento en que el algodón se veía incapaz de volar y de brillar si un solo jirón más de su cabeza volaba lejos. Y así se lo dijo al Junco, rogándole que no soplase más y... apenas atreviéndose a preguntar por qué lo hacía.
Y el Junco se enfadaba, porque el Algodón desconfiaba de quien sólo buscaba su bien... Algodón egoísta, que tiene cuanto desea y sólo busca problemas por el placer de buscarlos...

El Algodón se sonrojaba, agachaba la cabeza y callaba... y llegó un momento en que ya no se erguía: pues se sabía casi calvo, sin brillo, sin alas... y egoísta y nada agradecido para con su amado Junco: notaba extrañas presiones en su tallo y a veces creía morir... pero callaba por no disgustar, por no zaherir...

Hasta que sintió unta terrible agonía en sus raíces...al principio no encontraba su antigüa facilidad para beber, luego le costaba crecer y, al final, alimentarse.... sintiéndose morir, pidió ayuda al Junco, sin saber que era él quien le estaba estrangulando poco a poco desde hacía tiempo...
Tanto lo amaba...

Y el Junco le devolvió una mirada de desprecio, señalándole nuevamente cuánto le agobiaba con sus problemas, cuán injusto era no dejándole charlar a gusto con las plantas vecinas.... qué agobiante esa postura de intentar preocupar por cosas que no eran en absoluto problema del Junco... y así lo declaró en voz bien alta, para que todas las plantas vecinas supieran lo exigente y egoísta que era el Algodón; y después, para terminar, también en alta voz, anunció su decisión de volver junto al lecho del río, recomendando, al mismo tiempo, que todos castigaran al Algodón y le dejaran abandonado.
En un instante, todas las plantas vecinas se estiraban, desdeñosas, y alineaban junto al Junco, hacia un nuevo emplazamiento. Lejos del Algodón.

El Algodón no entendía... no sabía... tan sólo que sentía sangrar clorofila por todos los poros de su talle... y se vio solo entre burlas, miradas de desprecio...

Quiso dejarse morir, pues ya sus raíces estaban tocadas de muerte... pero sobrevivió a días y días de soledad sin auxilio; de luchar por el agua, de vencerse a sí mismo por los minerales que necesitaba para alimentarse, de desgarrarse por conservar la poca tierra que le había dejado La Corte alrededor y bajo sus raíces...

El dolor le hizo crecer y seguir vivo: y al cabo de mucho tiempo se vio nacer algún brote y algún nuevo vástago en sus raíces.

Fue entonces cuando vio que al Junco se le "escapaba" una raíz, sin ser vista por nadie más, bajo la tierra sobre la que crecía una planta vecina. Mantuvo fija la atención durante unos días, hasta que vio el movimiento de aplastar y matar...

Entonces comprendió… y de nada le sirvió intentar prevenir a los más débiles, los más incautos: El Junco no parecía en absoluto lo que decía el Algodón... imposible de creer.

Pasaron las estaciones y la vida... el jJnco seguía matando sin ser advertido salvo por el Algodón: éste optó por defenderse, propiciando el nacimiento de unas débiles espinas que, sin embargo, asustaban al Junco, porque jamás las hubiera imaginado en el dulce Algodón. Y no se acercaba, aunque siguiera haciendo daño desde la distancia. Pero ya el Algodón había aprendido a mover sus raíces, para alejarlas de las del Junco.

Las mentiras hacían crecer al Junco, alimentadas con la verde sangre de cada una de sus víctimas…
Y encontró otro junco: flexible, generoso, diplomático... de raíces poderosas y avarientas...

Entonces el Algodón tuvo miedo, porque ahora eran dos. Pero descubrió que ya nada podía dañarle: aunque vinieran tres, cuatro más... porque se sabía reforzado.

Mientras, tantos cadáveres de plantas en la Corte alimentaban rumores y, entre alabanza y loa al Rey Junco, unas pocas se volvían un poquito (cuando el Junco no las miraba) hacia el Algodón: en muda y temerosa pregunta (y, a veces, con un débil destello de súbito conocimiento y comprensión.

El Algodón sabía quién sobreviviría de los dos. Y no sería el Junco: incapaz de reinventarse, como el Algodón, para sobrevivir: porque el Algodón sabía que poseía lo que el Junco ambicionaba y jamás podría tener, por muy grandes que fuesen su flexibilidad y crueldad; por mucho que lo hubiese intentado en el pasado y lo intentase en el futuro:

Su esencia. La esencia de un algodón.


FIN (Llara)

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