Siempre he pasado desapercibida. Más que eso. Completamente invisible a los ojos del mundo: de las señoras que se me cuelan en la cola de la fruta y no se "percatan" hasta que les advierto de mi turno.
.- "¡Uy, perdone!. No la había visto!
De los camareros en los bares y restaurantes:
.- "La carta, por favor: llevo una eternidad esperando que termine vd. de atender esas mesas que se han ocupado después de mi llegada"
.- "¡Disculpe, disculpe!. No me había fijado..."
"No me había fijado"... pero me miro en el espejo y me veo reflejada...
Hace unos meses fui al cine, sola, como siempre. Entré en la sala, ocupé mi asiento y esperé que comenzara la película. Cuando las luces se apagaban y comenzaba la historia, alguien entró en la fila. Recogí los pies hacia dentro para permitirle el paso.
Pero cual no será mi sorpresa cuando advierto que ¡el individuo se sienta sobre mi regazo!
.- ¡¡OIGA!!. ¿Es que no tiene más sitios que el que yo ocupo?
.- Perdone-respondió todo azorado- no la había visto
Lo de siempre...
Ocupó otro asiento y no volvimos a dirigirnos la palabra en toda la sesión.
Al finalizar, y mientras salía al pasillo con mi abrigo medio puesto, el individuo me detuvo:
.- Discúlpeme de nuevo por haberla atropellado... es que soy alérgico y tengo los ojos fatal desde el último brote. Por eso no la ví.
En efecto, los tenía inyectados en sangre y las venillas marcadas a fuego en la esclerótica.
.- ¿Me acepta un café para desagraviarla?- invitó-
.- Bien... un café rápido-acepté-
El café "rápido" se convirtió en horas de tertulia, una invitación a cenar- que acepté- y una copa en mi casa. Y el amanecer siguiente nos despertó en mi cama.
Aún me pregunto cómo pudo suceder tan rápido: Acaso porque era la primera persona en mi existencia que se había percatado de ésta.
Terminamos por vernos tan a menudo que decidimos vivir juntos. En mi casa.
Mi casa es grande, espaciosa, muy limpia. Y a él, gran alérgico a los ácaros y al polen, le agradaba la limpieza de todos los rincones. Para eso soy muy maniática.
Al principio miró con cierto recelo la mimosa enraizada al césped-tapiz de la entrada.
No sé si debido a que empezamos a vivir juntos en pleno invierno, no me comentó nada entonces, aún cuando yo sorprendiera esa mirada suya sobre mi árbol.
No sé ni entiendo el detonante, el principio del final de esta historia, yo que pensaba que al fin me encontraría fuera de mí y en otro, no sólo en un espejo...
Tan sólo que un día me sentí agobiada, tanto si estaba presente como si no: me acostaba con él, con él me levantaba, con él comía llegando a la carrera del trabajo para volver después; con él cenaba y salía al bar de al lado. Y me llamaba al trabajo constantemente, hasta el punto de que me convertí en un rumor de chiste entre mis compañeros y jefes, que nunca me habían prestado la menor atención: llegaban flores a mi oficina, seguidas de la consabida llamada telefónica; me venía a buscar al trabajo... me sentía absorbida hasta el aliento. De hecho hiperventilaba ante el mínimo pensamiento de él.
Y no pude más... de repente caí en la cuenta de que necesitaba volver a mi anonimato. No me gustaba este nuevo y desazonante sentir de las miradas de la gente en mí, como si me vieran por vez primera y se preguntaran de dónde había salido así, "de repente".
Y se lo dije: que necesitaba un tiempo para centrarme, para hacerme a la idea de la nueva situación. Algo de aire, algo de libertad...
Creí que lo había entendido.
Pero esa misma noche le encontré en mi cama: había sacado copia de mis llaves. Y allí estaba. Me enfadé, intenté razonar, hacerle comprender. Y esa noche fue la del primer golpe.
Al día siguiente hube de excusarme en el trabajo, porque el cardenal era imposible de disimular bajo el maquillaje. Esa mañana, comencé a pensar en que había de librarme de ese hombre. Por la tarde yo no tenía ningún plan; tan sólo había dormido y dormido... para olvidar la mañana y los días anteriores.
Cuando él volvió, la cena no estaba hecha, y no había nada en la nevera... se puso furioso y temí que me pegara de nuevo, pero se contentó con decir que iba a talar mi mimosa, porque temía otro brote alérgico.
Esa mimosa ha crecido conmigo. Y me negué a talarla. El gritó y gritó, y yo me encerré en el baño. Al cabo salió; y le vi mellando el tronco con un cuchillo jamonero que encontró en mi cocina. Llamé a la policía y les dije que había un intruso en mi jardín. Armado.
Vinieron enseguida y se lo llevaron entre imprecaciones. Yo no quise enfrentarle.
La paz sólo me duró dos días. Al tercero, el teléfono me devolvió su odiosa voz: exigía que volviera con él; quería que nos fuéramos a vivir a su casa, puesto que yo no iba a deshacerme de mi mimosa. Si desobedecía la "orden" el castigo sería una navaja entre mis costillas.
Y le creí.
Me dio veinticuatro horas para elegir. Pasé esa noche en vela y por fin supe lo que tenía que hacer:
Cuando la alergia se le manifestaba, en épocas de concentración de polen, tomaba unas bolitas blancas que le había recetado un naturista: eran como de azúcar (dulces: la curiosidad me llevó a probar una), pero me aclaró que se trataba de polen concentrado, para obligar a su sistema inmunitario a reaccionar contra el elemento extraño. No entendí muy bien, pero cuando le pregunté por qué no se tomaba todo el tubo cuando se encontraba mal, me replicó que podía darle algo así como un "shock anafiláctico", una reacción tan desmesurada que podía matarle.
Y se me ocurrió una idea:
Esa mañana me levanté muy temprano y salí de casa con la receta para su tratamiento alérgico (que se había olvidado en el cajón de mi cómoda). Acudí con ella al naturista de mi barrio y regresé a casa cargada de tubitos.
Pasé horas cocinando sus platos favoritos; y, de postre, un enorme flan que sabía se comería él solo (la generosidad y el compartir no estaban entre sus virtudes). Y no le puse azúcar, sino todos los tubos de bolitas de polen que me dieron en el herbolario: un postre muy "dulce".
Y le llamé.
Le dije que había decidido aceptar: que mis maletas estaban hechas y que deseaba invitarle a comer en mi casa, para despedirnos de ella.
Aceptó, encantado.
Estaba de muy buen humor, viéndose salir con la suya. Y llegamos al postre: como había previsto, el flan desapareció entero. Como nunca antes se le ocurrió preguntarme si quería, no hube de probarlo.
Se relamió como un gato satisfecho mientras yo aguardaba, hecha un manojo de nervios. Al poco tomó la copa de agua y se aflojó el cuello de la camisa. Pronto empezó a jadear y a pedirme que abriera la ventana. Hice lo que me pidió, sabiendo que de nada le iba a servir. Cayó al suelo como un saco, con la expresión de un pez recién pescado, manoteando al aire, como si así quisiera hacerlo entrar en sus pulmones... al cabo de tres minutos todo había terminado. Estaba muerto.
Soy una mujer fuerte: le tomé de las axilas y le arrastré hasta el garaje. Le metí en el maletero de mi coche y me llegué hasta las afueras. Allí le dejé: sobre el césped y bajo un grupo de mimosas.
Al regresar a casa para guardar el coche, antes de limpiar todo rastro de él, me crucé con el dueño del herbolario de mi barrio: para mi sorpresa, me reconoció enseguida y agitó su mano en saludo hacia mí.
Esa misma noche abandone mi casa para siempre.
Hoy escribo desde un lugar donde el mundo vuelve a desconocerme. En otro lugar sé que aún me buscan.
Pero aquí… he recuperado ese don que antes sentía como una carga; nunca como hoy me había sentido tan agradecida por mi insignificancia y su caperuza de invisibilidad: ella marca la diferencia entre este Paraíso y la carretera hacia Meco.
(Llara)
Lo último:
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Insignificante |
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En el lecho de un río… |
Esas raíces profundas, crecidas y gruesas: a fuerza de robar la vida a otras más débiles o de menor carácter o voluntad...
Mientras la cabeza del junco se flexionaba en amable saludo, y acariciaba con ternura las hojas más cercanas, sus raíces se enroscaban en torno a la raíz vecina, apretando, estrangulando, cercenando, agostando...
Para cuando el encantado vecino se daba cuenta de que el agua no llegaba, que en sus raíces había una angustia extraña... ya era tarde...
Y parecía tan educado, amable, generoso y sabio el junco... que todas las plantas del lecho acudían a él y se pavoneaban de ser siquiera "conocidos" del Rey Junco.
El Algodón crecía cerca... no mucho, pero sí lo suficiente como para observar, cuando menos, la corte de rendidos admiradores del junco.
Y un día el Junco quiso mirar más allá de lo ya conocido: retorció la espalda todo lo que pudo y se volvió hacia atrás: vio a aquél algodón, creciendo y viviendo al sol, en su propio espacio, feliz de sentir el calor sobre el talle.
Y decidió que le gustaba aquél espacio.
Durante unos minutos examinó el terreno, la disposición, la estrategia y la conveniencia: el Algodón se le imaginó elegante, refinado, grácil, afortunado... algo especial, incapaz de concretar, se le cruzaba en cada nervadura al contemplar al Algodón. Y decidió poseerlo.
Y destruirlo.
Con cuidado, pues lo adivinaba fuerte dentro de su fragilidad, se fue acercando el Junco al Algodón.
Este no le prestó atención durante mucho tiempo... su vida no era ni estaba en el Junco. Y el Junco comenzaba a perder la paciencia ante la inutilidad de sus llamadas de atención: comenzó, pues, a burlarse del Algodón, haciendo un coro de la Corte Real... le resultaba Al Rey Junco tan incomprensible y fastidiosa esa falta de atención…
Pero tanto insistió el Junco, que el Algodón se volvió un día hacia él. Y comenzó a prestar atención a sus gentilezas, a sus caricias, a los suaves murmullos que el viento depositaba en las hojas del Rey... y se sintió conquistado.
La tierra bajo el Algodón se hacía más fértil cada día, conforme crecía la felicidad en su interior. También crecían y brillaban al sol las nubes de su cabeza.
El Junco vio que había llegado el momento: nunca podría estar más hermoso el algodón; jamás podría ser más fértil la tierra bajo sus raíces, ni crecerían tantas plantas a su alrededor como en ese instante en que decidió.
Comenzó por soplar poco a poco las nubes que nimbaban la cabeza del Algodón, nada preocupado en un principio.
Pero llegó un momento en que el algodón se veía incapaz de volar y de brillar si un solo jirón más de su cabeza volaba lejos. Y así se lo dijo al Junco, rogándole que no soplase más y... apenas atreviéndose a preguntar por qué lo hacía.
Y el Junco se enfadaba, porque el Algodón desconfiaba de quien sólo buscaba su bien... Algodón egoísta, que tiene cuanto desea y sólo busca problemas por el placer de buscarlos...
El Algodón se sonrojaba, agachaba la cabeza y callaba... y llegó un momento en que ya no se erguía: pues se sabía casi calvo, sin brillo, sin alas... y egoísta y nada agradecido para con su amado Junco: notaba extrañas presiones en su tallo y a veces creía morir... pero callaba por no disgustar, por no zaherir...
Hasta que sintió unta terrible agonía en sus raíces...al principio no encontraba su antigüa facilidad para beber, luego le costaba crecer y, al final, alimentarse.... sintiéndose morir, pidió ayuda al Junco, sin saber que era él quien le estaba estrangulando poco a poco desde hacía tiempo...
Tanto lo amaba...
Y el Junco le devolvió una mirada de desprecio, señalándole nuevamente cuánto le agobiaba con sus problemas, cuán injusto era no dejándole charlar a gusto con las plantas vecinas.... qué agobiante esa postura de intentar preocupar por cosas que no eran en absoluto problema del Junco... y así lo declaró en voz bien alta, para que todas las plantas vecinas supieran lo exigente y egoísta que era el Algodón; y después, para terminar, también en alta voz, anunció su decisión de volver junto al lecho del río, recomendando, al mismo tiempo, que todos castigaran al Algodón y le dejaran abandonado.
En un instante, todas las plantas vecinas se estiraban, desdeñosas, y alineaban junto al Junco, hacia un nuevo emplazamiento. Lejos del Algodón.
El Algodón no entendía... no sabía... tan sólo que sentía sangrar clorofila por todos los poros de su talle... y se vio solo entre burlas, miradas de desprecio...
Quiso dejarse morir, pues ya sus raíces estaban tocadas de muerte... pero sobrevivió a días y días de soledad sin auxilio; de luchar por el agua, de vencerse a sí mismo por los minerales que necesitaba para alimentarse, de desgarrarse por conservar la poca tierra que le había dejado La Corte alrededor y bajo sus raíces...
El dolor le hizo crecer y seguir vivo: y al cabo de mucho tiempo se vio nacer algún brote y algún nuevo vástago en sus raíces.
Fue entonces cuando vio que al Junco se le "escapaba" una raíz, sin ser vista por nadie más, bajo la tierra sobre la que crecía una planta vecina. Mantuvo fija la atención durante unos días, hasta que vio el movimiento de aplastar y matar...
Entonces comprendió… y de nada le sirvió intentar prevenir a los más débiles, los más incautos: El Junco no parecía en absoluto lo que decía el Algodón... imposible de creer.
Pasaron las estaciones y la vida... el jJnco seguía matando sin ser advertido salvo por el Algodón: éste optó por defenderse, propiciando el nacimiento de unas débiles espinas que, sin embargo, asustaban al Junco, porque jamás las hubiera imaginado en el dulce Algodón. Y no se acercaba, aunque siguiera haciendo daño desde la distancia. Pero ya el Algodón había aprendido a mover sus raíces, para alejarlas de las del Junco.
Las mentiras hacían crecer al Junco, alimentadas con la verde sangre de cada una de sus víctimas…
Y encontró otro junco: flexible, generoso, diplomático... de raíces poderosas y avarientas...
Entonces el Algodón tuvo miedo, porque ahora eran dos. Pero descubrió que ya nada podía dañarle: aunque vinieran tres, cuatro más... porque se sabía reforzado.
Mientras, tantos cadáveres de plantas en la Corte alimentaban rumores y, entre alabanza y loa al Rey Junco, unas pocas se volvían un poquito (cuando el Junco no las miraba) hacia el Algodón: en muda y temerosa pregunta (y, a veces, con un débil destello de súbito conocimiento y comprensión.
El Algodón sabía quién sobreviviría de los dos. Y no sería el Junco: incapaz de reinventarse, como el Algodón, para sobrevivir: porque el Algodón sabía que poseía lo que el Junco ambicionaba y jamás podría tener, por muy grandes que fuesen su flexibilidad y crueldad; por mucho que lo hubiese intentado en el pasado y lo intentase en el futuro:
Su esencia. La esencia de un algodón.
FIN (Llara)
[+/-] |
Cumpleaños... |
Más o menos... en Julio hará un año que "desaparecí" de la escena., aunque ya para mi cumpleaños aquí estaba... pero no estaba.
Ha sido un año muy difícil... de los peores de mi vida: completamente autista y aferrada a códigos y sus explicaciones, para no pensar en otra cosa.
Este año va a ir más allá del mes de Julio y, sinceramente, creí estar completamente olvidada para todo el mundo... y creí que ni aún eso me importaba ya.
Pero estaba equivocada: he entrado con un asomo de ... no sé siquiera de qué. Y al leerte... es que ya he perdido la costumbre y la fluidez para explicar lo que siento...
Ricardo: que digan lo que digan de los Géminis-
Querido Geminiano con espíritu, memoria, añoranza, cerebro, corazón,,, me haces salir del Infierno para devolverte con toda mi fuerza ese abrazo grande... y decirte que ojalá este nuevo año de tu vida sea tal y como lo estoy sintiendo y deseando en este momento: con la dulzura que estos mensajes tuyos me hacen nacer por dentro.
Creo que son cosas como éstas las que hacen a uno ganarse las alas.
Si es por mí, las tendrías, Ricardo.
Un beso fortísimo y toda la felicidad del mundo, mi nunca olvidado Gemelo (y ¡gracias, gracias, gracias!)
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