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17 julio, 2007

Razón Nº 4: ¡No! (Peter Pan)


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Para qué nos vamos a engañar...

Peter es adorable... para un rato.

Y es que nunca se cansa de volar, porque los años no pasan para él.

Bueno: sí pasan. Pero él es el único que no se entera.

Llega un momento en que te das cuenta de que has cumplido los veinticinco y como que no te "pega" el seguir trepando a los árboles... ni trepar por una barra resbalosísima para sentarte arriba, hacer una doble voltereta y pisar el suelo... porque cada año que pasa hay más posibilidades de pegarse un leñazo y partirse un par de huesos.

Igual somos capaces de repetir semejantes hazañas para nuestros hijos... y nos vemos rememorando viejos tiempos mientras trepamos un alcornoque y unos peñascos playeros; o remamos sorteando unos rápidos; o les enseñamos a hacer la voltereta adelante y atrás en una barra de metal (algunos... no conozco en mi círculo social nadie que lo siga haciendo... salvo yo... je). Pero insisto: que no... los años no perdonan... aunque pesemos lo mismo que de quinceañeros.

Hay tantas cosas a las que vamos diciendo "hasta luego" (por no decir "adiós") desde el momento en que llegan los hijos:


  1. Se acabaron las juergas nocturnas... incluso las diurnas


  2. Se acabó el "mi dinero es mío y me lo gasto"... porque se lo "comen" los bebés


  3. Se acabó el "tengo una cierta claustrofobia: casi que salgo a dar una vuelta"... porque a ver con quien dejas al niño



  4. Se acabó la tranquilidad... hay que seguir horarios, hacer comiditas, dar paseos (aunque no te apetezca), conocer a otros padres y niños (aunque no te apetezca), hacer deberes (aunque no te apetezca), no dormir ni de día ni de noche (aunque te apetezca). Rezar para que ese golpe en la cabeza o le induzca un coma... o esa herida en la rodilla no le salga por rotura... o ese dolor de estómago no manifieste un tumor... (nos volvemos paranoicos: el amor, a veces, hace esas cosas).



En suma: adiós a la vida que uno conocía y bienvenida (si no queda otro remsio) la nueva.

Con tantos cambios, Wendy ya tiene bastante trabajo como para coser cada seis minutos la sombra de Peter a sus pies. Sobre todo, porque Peter sigue desapareciendo por la ventana cuando le viene en gana, sin preguntarse si Wendy tendrá ganas también de volar sola un rato... y cvaya si Wendy tiene ganas de darse una vuelta aérea... aunque sea darle dos paseos al Big Ben y regresar.

Al final Wendy no se aguanta las ganas de proclamar que esa noche le toca a ella volar... y Peter pone cara de espanto:

¡Oh-oh!... algo va mal...

A la mañana siguiente Peter se ha ido... para no volver.
Ha dejado una nota sobre la cama que dice: "No me esperes a cenar... echo de menos volar como antes.
¡AH!: volveré a recoger mi sombra... esta bajo la cama. Se me ha vuelto a descoser. Prepara aguja e hilo, por favor".

Wendy deja la carta en cualquier rincón, recoge la sombra de Peter, se prepara para lavarla y coserla y... suspira pensando que alguien madura por fuerza en esa casa... y no es Peter.

Conclusión: No podemos seguir comiendo biberones más allá de los... ¿dos años?. Ni podemos llevar el largo de la falda justo por debajo del ombligo a partir de los... (ni idea: allá cada quién... porque hay mozas de 17 años que parece que no tienen espejo en su casa). Ni parece de recibo andar pillándose moñas y armando jaleos callejeros más alla´de... (otra vez ni idea... las borracheras no "quedan bien" a ninguna edad).

Bien... el caso es que los años pasan y cada etapa tiene sus cosas, aunque no sean tan atractivas como las que hacíamos con diez años...
También crecen las responsabilidades y obligaciones... y nadie (creo) hemos nacido para decir "amén" a todas las cargas que nos caen... al menos sin protestar y soltar un par de "jaculatorias"...

Pero... señal de madurez es aceptar las consecuencias y responsabilidades de los propios actos. Y... qué caray: es que no queda otra.

Así que... Peter: encantados de conocerte... pero vete a dar una vuelta por ahí, a ver si ves algún bebé que caiga del cochecito y te lo llevas a NuncaJamás; le enseñas a coser sombras y le haces madurar a fuerza de comprobar que tú no maduras.
Igual tienes suerte... y encuentras una Wendy con síndrome de Wendy... que te haga de papá y mamá...

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