06 diciembre, 2007
Ci vediamo, caro amico.
⇒ Reseña: Realidades |
... un día de fiesta, de hace... cuando tenía diez años:
Una costra de humedad me hizo volar sobre el asfalto del parque San Francisco. Quizás si las ruedas de los patines hubiesen girado más y mejor, no habría pasado nada.
Y me sentí sobre el suelo, mareada, contando puntos de luz plateada que titilaban sobre una cortina negra. Oía la voz de mi madre, muy muy lejana:
.- ¡¿Qué haces aún en el suelo?. ¡Levántate ya!.
Y una voz muy débil, que no era la mía, pero venía de mi garganta, constataba para mi madre que yo no sabía qué pasaba, que mis piernas parecían de lana y no podían levantarme.
Me ví corriendo, junto a mi madre y hermanos, no sabía bien hacia donde... notando un pulso agudo y doloroso en el brazo que mi madre acunaba con cuidado entre su manos, como si fuera un trozo de madera a punto de partirse por la mitad...
Sólo recuerdo que ella decía: ¡No pasa nada!.
Lo penúltimo que recuerdo es a mí misma, tumbada en una camilla de un improvisado quirófano en cada de Carlos. Y a Carlos, con una bata blanca y mascarilla, junto a su anestesista, quien esgrimía una terrorífica aguja que parecía destinada a mí.
Carlos me siguió desde los ojos hasta la inyección y se rió:
.- ¡"No le mires así!... quien te va a hacer daño soy yo...".
Y ya no me dio tiempo a sentir más miedo.
Desperté echada sobre un sofá desconocido y tapada con una manta ajena, notando que el brazo izquierdo pulsaba dolor y se había convertido, desde los dedos hasta el hombro, en un blanco capullo con olor a medicina. Poco a poco conseguí enfocar la vista y distinguir un televisor; y a mi padre y Carlos hablando del partído de fútbol que estaban echando. Era Domingo...
Fue una rotura difícil... pero Carlos la arregló.
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Mi padre había sido el primero de sus amigos en irse. El primero de su generación... yo solía pensar tristemente que quizás se sentiría solo... salvo por la compañía de mi más-que-hermana, su hija, quien le fue a buscar el mismo día y mes en que ella, una niña, partió... con una diferencia de quince años.
Entonces Carlos visitaba regularmente a mi padre y le regañaba: "¡No te quejes!". Y es que él mismo estaba muy enfermo, aunque no deseaba decir nada por no recibir más preocupación de la que ya le embargaba,
El pasado viernes, con la misma edad que mi padre, llamó al cura de nuestra parroquia para que le dispensara la extremaunción.
A continuación, se vistió cun un traje y corbata negros y reunió a sus hijos y esposa. Se despidió de todos ellos y bebió un par de chupitos de Whisky, antes de mandarlos a todos a dormir y acostarse él mismo.
A la mañana siguiente, pidió que le condujesen hasta el hospital... y una semana después se ha reunido con mi padre, su amigo.
Los grandes hombres no desaparecen: se guardan y viven en la memoria de nuestros huesos...
|Sin
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